Patricio Baeza Álamos

43 años de historia

ENTREVISTAS

Mario Pino

10/27/20258 min read

La década del 80 dejó una hípica de buen nivel, constantemente recordada por quienes la vivieron y que será difícil que regrese. Una hípica familiar, de mucho público en los hipódromos, con llenos absolutos que dejaron imágenes impresionantes, reafirmando los dichos de lo vivido en aquellos años.

En esa década, el país sufrió, a partir de 1982, una severa crisis económica, marcada por la caída del PIB del 14,3 % y el aumento del desempleo al 27,3 %. La agricultura en Chile fue también fuertemente golpeada, y el desconsuelo se apoderó de una actividad que obligó a los involucrados a realizar cambios radicales.

Uno de ellos fue Patricio Baeza Álamos, quien debió cambiar bruscamente la vida de su familia, la cual participó activamente en la toma de una drástica decisión. La agricultura, al menos en la región del Biobío, ya no era en aquel tiempo viable, y Patricio Baeza Álamos asumió el cambio de giro de agricultor a preparador de caballos de carreras. Y debemos decir que de caballos sabía bastante, pues era una pasión asumida por su familia desde los inicios del turf en Chile, siendo el primer presidente del Club Hípico de Santiago don Francisco Baeza Sotomayor, bisabuelo de quien, 110 años después, iniciaba una aventura incierta. Porque no bastaba con saber de caballos —aunque la agricultura y el corcel han sido por siglos indisolubles—, se necesitaban conocimientos mayores relacionados con el entrenamiento de un animal en una actividad siempre competitiva.

Patricio Baeza había sido un constante aficionado a las carreras, siendo propietario —desde que era escolar— de varios ejemplares que le brindaron importantes satisfacciones, contando con los servicios profesionales de Juan Salas, Pedro Inda y, al final, de Juan Cavieres. Con este último tuvo en sociedad al caballo Chesterton, hijo de Mister Long y Alynda, nacido en Haras Santa Amelia y que completó cabalmente su crianza en Haras Pailahueque, bajo la responsabilidad de Baeza. Sería este el mejor de sus caballos como propietario, con el que alcanzó grandes satisfacciones, incluyendo el clásico G1 El Ensayo de 1982, donde ganó por nariz a Fabbiani.

Agregaremos que Haras Pailahueque fue creado por Francisco Baeza Midy, padre de Patricio, con el padrillo Biriatou, un ganador clásico de alto nivel, en sociedad con Lautaro Moya. Después tuvo al italiano Nipigón y luego al argentino Torrens, que envió varios elementos destacados a las pistas, entre ellos Ellen, vencedora de punta a punta del clásico G1 Nacional Ricardo Lyon. Patricio Baeza estuvo a cargo del haras desde 1960 hasta nuestros días, lo que le permitió dominar fehacientemente el crecimiento de los potrillos, conocer su carácter y la evolución que construye la formación del atleta, fundamental para proyectar las capacidades de quienes deben estar listos para competir a los dos años.

Don Patricio no asumía un cambio cualquiera, pues detrás estaba su familia, y el rango de espera para ver resultados no era amplio: la actividad agrícola iba de mal en peor y no quedaba tiempo, se necesitaba generar recursos con urgencia. Sabía, por su experiencia como propietario, que la constitución de un buen equipo de trabajo era primordial, y recordó nombres de empleados que le habían causado buena impresión en sus constantes visitas a los hipódromos, cuando observaba los aprontes de sus caballos. Así apareció Fernando Galleguillos Morla, empleado de Álvaro Breque, quien reunía varias características que lo colocaron como el ideal para asumir como capataz.

Álvaro Breque, uno de los preparadores ilustres de la hípica chilena del siglo XX, tenía una profunda amistad con don Patricio. Fue incluso el primero en enterarse de sus intenciones y le entregó muy buenas referencias sobre Galleguillos. No fue fácil convencerlo de asumir la nueva responsabilidad, ya que estaba a gusto trabajando en uno de los mejores corrales de la hípica chilena. Finalmente aceptó cuando la oferta triplicaba lo que ganaba como cuidador.

No había tiempo que perder: urgía que la nueva empresa comenzara a funcionar. No importó que varios conocidos y personas vinculadas a los criadores no cumplieran su palabra respecto de los caballos y potrillos que le habían ofrecido. Con un grupo de solo 4 ejemplares inició un cambio brusco en su vida. El anhelado día de contar con su patente de preparador llegó el 1 de abril de 1982, según consta en la Comisión de Patentes del Consejo Superior de la Hípica Nacional.

Su capataz, Fernando Galleguillos Morla, asumió desde el mismo momento en que llegó a un acuerdo con su nuevo empleador. No fue fácil, porque —según sus propias palabras— estaba muy satisfecho en lo humano y económico trabajando con Breque. Galleguillos provenía de una familia absolutamente dedicada a la actividad hípica, que incluso viajó al norte para ser parte del nacimiento del Hipódromo de Arica en septiembre de 1964. Dominador de todas las facetas de un cuidador, siempre estuvo bien considerado, pues a sus conocimientos unía gran responsabilidad y compromiso.

En ese tiempo era cuidador de Luna Fría, hija de Rigel y Lunarella, que con los años sería la madre de quien muchos consideran el mejor caballo de la historia del turf chileno: el invicto Wolf.

La primera victoria de don Patricio Baeza llegó el miércoles 21 de julio de 1982, en una carrera de 1.500 metros para hembras de tres años no ganadoras. Pampanita, con Gustavo Barrera en la silla, venció por casi 5 cuerpos a Pulpa, montada por Luis Muñoz. En calidad de favorita, pagó 2,70 a ganador en pista pesada. El trainer dejaba atrás varias figuraciones, y la alegría premiaba el esfuerzo y compromiso de un grupo de personas que entregaba lo mejor de sus capacidades para avanzar en un desafío que sabían no sería fácil.

Resultados y reflexiones

En el primer año corrieron 68 carreras, lograron 4 triunfos, 5 segundos, 7 terceros y 8 cuartos, siendo 44 las no tablas.
¿Hubo temor de que el cambio de vida asumido no resultara bien?
Cuando partimos con pocos caballos sentí una enorme preocupación de que no fueran a confiar en mí, de que no creyeran que me iba a dedicar por completo al desafío que estaba asumiendo. Entendía que, cuando vieran que iba todos los días al corral, que estaba a la hora de los aprontes, comprenderían que habíamos asumido con responsabilidad la tarea de preparar caballos. Pronto llegaron otros ejemplares de familiares, algunos que estaban en el campo, y nos ampliamos un poco más. Eso fue bien recibido por todos e incluso mejoraron los resultados.

¿Con qué jinetes trabajó en la primera parte?

Al comienzo fue Gustavo Barrera; con él gané la primera carrera. También trabajé con Nelson Urrutia, muy solicitado en ese entonces. Luego vino una larga lista de jinetes que estuvieron presentes y que salieron prácticamente del corral, como “Juanito Galleguillos”, a quien siempre recordamos con profundo aprecio.

El preparador Antonio Abarca dijo una vez que ustedes dieron clases de relaciones públicas con los propietarios. ¿Concuerda con aquello?

Ha sido una parte importante porque los propietarios han sido vitales: asumen todo el gasto y la hípica la toman como entretención. Por ello hay que atenderlos bien y mantenerlos absolutamente informados del estado de sus caballos. Sin duda, Juan Pablo es quien tiene esas cualidades y siempre se preocupa de que ellos se sientan cómodos en el corral. Se ha hecho un buen trabajo en ese aspecto, pero el gran artífice ha sido Juan Pablo.

¿Los medios de comunicación siempre lo han tratado bien?

Siempre hemos tenido buenas relaciones, porque entendemos el trabajo fundamental que realizan y tratamos de estar siempre disponibles cuando lo solicitan. Varios han estado desde el inicio de nuestro trabajo, por lo que se les agradece esa buena voluntad. Siempre hemos tenido puertas abiertas a la prensa.

¿Ha visto a los mejores jinetes de las últimas seis décadas de la hípica chilena? ¿Podría brindar una lista de los cinco mejores?


Es difícil establecer un orden, pero deberían estar Luis Torres, Héctor Berríos, Sergio Vásquez —que cuando partí era el número 1—, Gustavo Barrera, y entre los actuales se deben sumar Óscar Ulloa y Jaime Medina.

¿Juan Galleguillos fue jinete de la casa y marcó una etapa importante en el corral?

Fue fundamental. Tuvimos una campaña inolvidable con él, sin dudas fue el número uno durante un buen tiempo. Siempre tuvo grandes condiciones; cuando comenzó era una promesa que todos miraban, y ratificó con una gran campaña lo que se pensaba de él. Lamentable lo que sucedió al final.

Juan Pablo desde un inicio mostró interés en la actividad. ¿Hay recambio, ve que haya continuidad y se pueda asumir la posta de este gran trabajo que han realizado?

Sin duda, al comienzo Juan Pablo me ayudó a mí, y ahora yo le ayudo a él, porque hoy es quien asume gran parte del trabajo. Juan Pablo estudiaba Ingeniería Comercial y terminó como veterinario, ya que cambió de carrera porque desde niño le gustaron los caballos. Ahora sus hijos están estudiando: uno busca titularse de Ingeniero Comercial, el otro de abogado. Eso es lo más importante ahora; llegará el momento en que ellos tomen su propia decisión.

Juan Pablo asume un rol fundamental en la preparación, y usted entrega gran parte de la responsabilidad de la conducción del corral a su hijo. ¿Ese gesto es inmenso y solo es posible de realizar con un hijo, verdad?

Debemos agregar que él llegó para que el corral creciera, para aumentar los alcances hípicos, para asumir un rol fundamental en los grandes clásicos y buscar constantemente protagonismo. Sin dudas, si comparamos, con Juan Pablo construimos un mundo importante en la hípica en Chile. Eso significa una constante responsabilidad, ya que los resultados nos obligan a mantener o incrementar lo que hemos logrado, y esa responsabilidad la asume con grandeza Juan Pablo.

La lista de grandes campeones que han salido del corral es inmensa. ¿Cuál de todos ellos les brindó más satisfacciones?

Es una pregunta difícil. Son tantos que uno debería sentarse a revisar año tras año. Pero, a la rápida, mencionaría a Carita Tostada, que fue la primera. Después desfilaron grandes caballos, pero debo decir que el que más me marcó fue Gran Ducato, porque en ese tiempo se viajaba mucho al extranjero, íbamos a los Latinos, viajaba en el mismo avión con el caballo —porque aquellos aviones tenían transporte de caballos, Lufthansa por ejemplo, con buen espacio— y fuimos a Argentina, Brasil. Éramos compañeros de viaje: se bajaba uno, se bajaba el caballo, y nos íbamos juntos a los corrales, donde se pasaba gran parte del tiempo. Finalmente, se convirtió en un caballo internacional y fue gran animador en el continente. La lista es enorme, pero Gran Ducato está en un lugar especial; no podría colocar otro a su altura, porque hay sentimientos involucrados.

Ganar el Latinoamericano de 2012 en Argentina debe ser una de las victorias célebres del turf chileno en los últimos 50 años. Sin duda lo de Quick Casablanca en Palermo está entre los hechos destacados, comparable a lo de Cencerro en Brasil en la década del 60. Momentos imborrables, un logro difícil de repetir. En aquella oportunidad le tocó viajar a Juan Pablo, ya que acá corríamos muchos caballos ese fin de semana. Vi la carrera desde Chile y fue emocionante, toda la gente gritando y saltando: momentos inolvidables. Allá se vivieron escenas de gran emoción, ya que todos los chilenos que viajaron —propietarios, periodistas, colegas y aficionados— corrían tras el caballo con banderas de Chile, mientras daba la vuelta olímpica recibiendo el aplauso de los argentinos.

Testimonio de Juan Pablo Baeza

¿Qué significa ser hijo de Patricio Baeza Álamos?

Qué buena pregunta, primero es mi papá. Segundo, es mi mejor amigo. Y tercero, la persona con la que he pasado la mayor parte de mi vida. Desde chico siempre anduve con él a todas partes, y después comenzamos a trabajar juntos. Me siento feliz de haber compartido con él todo este tiempo, de haber aprendido todo lo que necesitaba aprender, de haber disfrutado grandes éxitos juntos hasta hoy. Tenemos grandes responsabilidades, y soy un agradecido de la vida y de Dios por haber podido disfrutar a mi padre, por todo lo que hemos logrado y la forma en que nuestras vidas siempre estuvieron unidas. Eso me deja un saldo inmensamente positivo.