Federico Tesio: El Mago de Dormello
arquitecto eterno del purasangre
MISCELÁNEAS


El nombre de Federico Tesio es, para el turf, lo que Leonardo da Vinci es para el arte: una figura irrepetible, mezcla de intuición, rigor y visión que transformó para siempre la historia del caballo de carreras. Nacido en Turín el 17 de enero de 1869, Tesio perdió a sus padres siendo un niño y fue educado por sus abuelos. Desde temprana edad mostró un interés amplio y casi enciclopédico por el conocimiento: estudió en el Real Colegio Carlo Alberto de Moncalieri y luego en la Universidad de Florencia, donde se licenció en ciencias sociales. Su formación lo marcó con una combinación peculiar de humanismo, ciencia y sensibilidad estética que aplicaría con rigor en la cría del purasangre. Antes de consagrarse en la hípica, Tesio fue un viajero incansable: recorrió la Patagonia, India, China, Estados Unidos y Canadá, absorbiendo culturas y métodos. Esa curiosidad universal alimentó su convicción de que la cría de caballos no era solo un arte empírico, sino un experimento vital, sujeto a observación, ensayo y error. En 1898 se casó con Lydia Fiori, noble apasionada por los caballos, con quien fundó en Dormelletto, junto al Lago Maggiore, la célebre yeguada Dormello Stud. Allí, sobre apenas 19 hectáreas, levantaría un imperio genético.
El método Tesio
Tesio concebía el purasangre como un “animal de experimento”. No delegaba: elegía los reproductores, diseñaba los cruzamientos, vigilaba la alimentación, supervisaba la doma y, llegado el caso, entrenaba él mismo a los potros. Su obsesión no estaba en ganar una carrera ocasional, sino en construir linajes, estructuras familiares que consolidaran velocidad, resistencia y temperamento.
Su visión era casi científica, pero también artística. Decía que criar caballos era como pintar un cuadro: cada generación añadía un trazo que debía armonizar con el conjunto. Estudiaba genealogías con la minuciosidad de un filólogo y observaba a los potros con la paciencia de un botánico que registra el crecimiento de una planta. Creía que la selección debía ser constante, que no había éxito duradero sin una base genética sólida, y que la intuición del criador era tan importante como cualquier fórmula estadística.
En un contexto en el que Italia no era potencia hípica —Inglaterra, Francia e Irlanda dominaban la escena—, Tesio debió ser creativo. Su economía no era ilimitada, y acceder a yeguas de primer nivel era complejo. Aquí entra una de las anécdotas más reveladoras de su ingenio: para evitar los altos costos y las restricciones de importación, compraba yeguas en Inglaterra o Francia y las trasladaba a Italia con estrategias poco ortodoxas. En ocasiones las embarcaba como si fueran simples animales de granja, ocultando su verdadero valor; en otras, aprovechaba rutas marítimas indirectas, incluso en tiempos de guerra, para asegurarse de que su Dormello Stud recibiera sangre fresca. Esa audacia le permitió armar un plantel genético que de otro modo habría sido inaccesible.
Algunas de esas yeguas fundadoras —Madonna, Nogara, Catnip— fueron la piedra angular de linajes que hoy persisten en los pedigrees de los mejores caballos del mundo.
Los grandes caballos de Tesio
De Dormello emergieron campeones memorables:
♠ Nearco (1935–1957), invicto en 14 presentaciones, fue tal vez el más influyente. Vendido a Inglaterra tras su campaña, fundó una de las líneas paternas dominantes del siglo XX. De él descendieron Nasrullah, Nearctic y, por extensión, Northern Dancer, cuya impronta genética aún define la cría moderna en Europa, América y Asia.
♠ Cavaliere d’Arpino, a quien Tesio consideraba “el mejor caballo que crié”, aunque las lesiones lo privaron de un futuro aún mayor.
♠ Donatello II, ganador del Derby Italiano y del Prix du Jockey Club francés, pieza clave en la consolidación de la yeguada.
♠ Tenerani, hijo de Bellini y Tofanella, que ganó el Prix de l’Arc de Triomphe en 1948 y luego, como semental, dio origen al caballo que coronaría la carrera de Tesio: Ribot.
♠ Niccolò dell’Arca, Apelle, Braque, Bellini, Botticelli, y una larga lista de ejemplares que no solo destacaron en pista, sino que aseguraron una proyección como reproductores.
Tesio crió o entrenó 22 ganadores del Derby Italiano, cifra que habla de su dominio absoluto en la escena local y de su capacidad para desafiar la hegemonía inglesa y francesa.
Ribot: la obra maestra
El mayor monumento de Tesio fue, sin duda, Ribot. Hijo de Tenerani y Romanella, nació en 1952, cuando Tesio ya era un anciano. El criador no llegó a verlo en su máximo esplendor: murió en mayo de 1954, poco antes de que Ribot debutara. Pero el potro se encargó de que su creador quedara inmortalizado.
Ribot fue entrenado por Ugo Penco y montado por Enrico Camici. Entre 1954 y 1956 disputó 16 carreras y ganó las 16, un récord de invicto absoluto en la alta competencia europea. Lo más notable es que no solo venció, sino que lo hizo con autoridad aplastante en los escenarios más exigentes.
Ganó el Gran Premio de Milán, el Derby Italiano, el Premio Jockey Club y varias pruebas de grupo en Italia. Pero su consagración internacional llegó en Francia, en el Prix de l’Arc de Triomphe, la carrera más prestigiosa de Europa. Ribot ganó el Arc en 1955 y lo repitió en 1956, en esta última ocasión con una ventaja de seis cuerpos sobre los mejores caballos franceses e ingleses. La prensa lo bautizó “el supercaballo”, y la crítica internacional lo situó al nivel de los más grandes de todos los tiempos.
Tras su retiro, Ribot fue adquirido para la reproducción en Inglaterra y más tarde trasladado a los Estados Unidos, donde fue semental en Darby Dan Farm, Ohio. Allí consolidó una descendencia extraordinaria, transmitiendo fondo y resistencia, y convirtiéndose en uno de los pilares de la cría norteamericana de los años 60 y 70.
Que Tesio hubiera diseñado la genealogía de Ribot, perfeccionando generaciones de cruces y seleccionando con rigor a sus antecesores, confirma la precisión de su método. Ribot fue su testamento viviente.
Legado y reconocimientos
Tesio no fue solo criador: fue también escritor y teórico. En 1947 publicó Puro-Sangue: Animale da Esperimento, donde expuso su visión científica de la cría. Posteriormente, en inglés, su obra se conoció como Breeding the Racehorse (1958, edición de Edward Spinola). En 2005, una reedición bajo el título Tesio: In His Own Words permitió recuperar su pensamiento original.
El reconocimiento a su obra se refleja en los premios que llevan su nombre: el Premio Federico Tesio en San Siro (Milán), el Premio Lydia Tesio en Roma, el Federico Tesio Stakes en Maryland (EE. UU.) y los Tesio Stakes en Australia. Su figura fue incluida en el listado de los “100 Makers of 20th-Century Racing” del Racing Post, ocupando un lugar de honor.
En la cultura hípica, sin embargo, Tesio trasciende las estadísticas. Es el símbolo del criador que no se resigna a los límites, que ve en cada caballo un eslabón de una cadena más larga. Sus métodos de importación ingeniosa de yeguas, su capacidad para trabajar sin agentes ni consejeros, y su obsesión por cada detalle, lo transformaron en un hombre-orquesta de la hípica: propietario, criador, entrenador y estudioso.
Federico Tesio murió en 1954, pero su sombra cabalga todavía. Su obra más grande, Ribot, confirmó que su método no era azar, sino ciencia aplicada con arte. Y sus linajes —a través de Nearco, Northern Dancer, Nasrullah, Ribot— siguen presentes en la sangre de la mayoría de los campeones modernos.
En Dormello Stud, Tesio no solo crió caballos: construyó un patrimonio genético universal. Su vida demuestra que, con ingenio y visión, incluso un país periférico en la escena hípica podía desafiar a los gigantes. El “Mago de Dormello” no fue un simple criador: fue un arquitecto genético que, piedra a piedra, delineó la estructura misma del purasangre contemporáneo.
Más allá de su legado deportivo, la figura de Tesio nos invita a reflexionar sobre la relación entre arte y ciencia, entre azar y destino. Su método muestra que la verdadera grandeza no nace de la improvisación, sino de la constancia y la paciencia. Criar caballos, como escribir un poema o componer una sinfonía, exige visión y disciplina.
Como escribió un cronista inglés, “si el turf fuera un idioma, Tesio habría sido su mejor poeta”.
